UN MÍNIMO DE HISTORIA

            El jugo de adormidera es una droga mencionada en los primeros documentos escritos de la civilización sumeria, hacia el 2000 a.C. El origen de su cultivo parece ser la cuenca mediterránea.

En la Grecia Clásica y en la Roma Imperial usaban ya las “triacas”, es decir preparados que contenían opio entre otras sustancias. A partir del siglo II a.C., estos preparados fueron elevando la proporción de éste hasta alcanzar aproximadamente el 40 % (en la conocida como “triaca galénica”, por ejemplo). Estas recetas, al contener otros ingredientes difíciles de conseguir y ser confeccionadas por médicos de gran reputación, resultaban demasiado caras para el pueblo común. Sin embargo, opio y harinas fueron las únicas mercancías subvencionadas por el Estado romano para impedir fluctuaciones de precio, y aquel fue siempre tan accesible como lo es hoy cualquier analgésico genérico de farmacia. Un censo del año 312 d.C. reveló que en la ciudad de Roma había 793 tiendas dedicadas a distribuir el producto (análogas a los actuales estancos) y que el impuesto sobre su venta proporcionaba el 15% de la recaudación tributaria global.

            Ningún texto griego o romano habla de adicción al opio. Los únicos adictos conocidos de la época son los alcohólicos, mientras que el hábito de comer opio se equipara al de ingerir otros alimentos o hacer ejercicios corporales determinados. Esta situación cambió cuando el cristianismo se convirtió en religión oficial del Imperio Romano, y el vino pasó a ser el principal vehículo de ebriedad, el único aceptable, en este ámbito mediterráneo.

            Más tarde, con la expansión del Islam, se establecerá un rechazo del vino y se promoverá la utilización del opio y del café. Desde los tiempos de Avicena, los grandes médicos preconizan un uso creciente de la adormidera, considerando que defiende de los males desde la segunda edad y que es el fármaco idóneo para la tercera.

            Ya en la tardía Edad Moderna y principios de la era llamada Contemporánea, el opio es la sustancia predilecta de muchas casas reales europeas, y el número de escritores y artistas que lo consumen regularmente es enorme, desde Goethe a Coleridge, pasando por Goya, Tolstoi, Pushkin o Delacroix.

            En 1821, el filólogo y escritor Thomas de Quincey publicó un libro de enorme éxito sobre sus experiencias con la droga, el famoso Confesiones de un comedor de opio inglés, en el que encontramos pasajes como éste: “Mientras el vino desordena las facultades mentales, el opio (si se toma de manera apropiada) introduce en ellas el orden, la legislación y la armonía más exquisitos. El vino roba al hombre el dominio de sí mismo; el opio, en gran medida, lo fortalece (…) En suma, el hombre que está borracho o que tiende a la borrachera favorece la supremacía de la parte meramente humana, y a menudo brutal, de su naturaleza, mientras el comedor de opio siente que en él predomina la parte más divina de su naturaleza; los efectos morales se encuentran en un estado de límpida serenidad y sobre todas las cosas se dilata la gran luz del entendimiento majestuoso.”

            Por su parte, el médico G. Wood, presidente de la American Philosophical Society, escribió en 1886: “Se percibe una sensación general de deliciosa paz y comodidad, con una elevación y expansión de toda la naturaleza moral e intelectual. No hay la misma excitación incontrolable que se observa con el alcohol, sino una exaltación de nuestras mejores cualidades mentales, un aura más cálida de benevolencia, una disposición a hacer grandes cosas, pero noble y benévolamente, un espíritu más devoto y una mayor confianza en uno mismo, junto con una conciencia de poder.”

            En 1915, cuando ya incluso se habían celebrado las primeras cumbres internacionales sobre el opio (Shangai y La Haya, en 1909 y 1912 respectivamente) un artículo de la revista de la Asociación Médica Americana declaraba: “Si toda la materia médica disponible se limitase a una sola droga, estoy seguro de que muchos de nosotros, si no la mayoría, elegiríamos el opio.” Se confirmaba así, el juicio de Sydenham, el médico llamado “el Hipócrates inglés”, que en 1680 afirmaba: “Entre los remedios que el Todopoderoso tuvo a bien conceder al hombre para alivio de sus sufrimientos, ninguno es tan universal y eficaz.” Hasta 1970, el principal texto de toxicología estudiado en las universidades norteamericanas –el de Goodman y Gilman- se abría con esta cita de Sydenham, y añadía: “Este elogio no ha perdido actualidad; si fuese necesario restringir la elección de drogas a muy pocas, la gran mayoría de los médicos pondría en cabeza de la lista a los alcaloides del opio”.[1]

            El opio y el control de su producción y comercio dio lugar incluso (por intereses coloniales del Imperio Británico) a las guerras de ese nombre, que acontecen en el siglo XIX entre dicho Imperio y China. Más tarde, a finales de esa centuria, el opio perdió cierto prestigio en Europa, debido a varios factores. Uno de ellos, fue el incremento de su consumo por parte del proletariado industrial. Por otro lado, la industria farmacéutica prefirió presentar morfina y heroína como sanas alternativas a ese fármaco de “razas pueriles”, en momento en los que el colonialismo se lanzaba al asalto de Asia. Los misioneros católicos y protestantes coadyuvaron en esa labor, hasta el punto de que la morfina se denomina todavía hoy “opio de Cristo” en China. La famosa “píldora anti-opio” , que luego preconizaron, estaba compuesta sobre todo por heroína (acompañada de cafeína, quinina y pequeñas cantidades de estricnina). Recordemos que la heroína fue, junto a la aspirina, el producto “estrella” de la farmacéutica Bayer, y su lanzamiento al mercado fue conjunto en 1897 (ambos son productos obtenidos por reacciones de acetilación, un procedimiento descubierto poco antes de esa fecha).

            Actualmente, los principales cultivadores legales del mundo (a fin de obtener morfina codeína, sobre todo) son la India, Australia, Hungría, Bulgaria, Rusia y España, donde una sola empresa produce aproximadamente el 27 % del volumen mundial.[2]

            COMPOSICIÓN y PRESENTACIÓN

            El opio se extrae de las cápsulas de la adormidera (papaver somniferum L.). Esta amapola de flores blancas, violetas o fucsias es una hierba anual, que alcanza entre 1 y 1,5 m. de altura. El látex blanco que sangra la planta (que se extrae realizando incisiones superficiales en las cabezas, todavía verdes, de la misma) da lugar a una resina pegajosa que torna en marrón oscuro. Cuando se seca completamente se vuelve muy dura y se concentran los alcaloides, y a medida que pasa el tiempo se sigue oscureciendo más. Hay que tener en cuenta que, según la madurez de la planta, su origen y la preparación, la calidad del opio puede variar considerablemente. Esta resina contiene sobre todo morfina y otros alcaloides (codeína, papaverina, tebaína y noscapina).[3] La morfina fue, de ellos, el primer alcaloide conocido, y fue aislada por primera vez en 1805 por Friedrich Wilhelm Adam Sertürner, un aprendiz de farmacia alemán de 22 años.

            PROPIEDADES

            El opio tiene una serie de propiedades farmacológicas que le han conferido el estatus de fármaco excepcional antes descrito: es analgésico, antitusivo, antidiarreico y antiespasmódico. Sin embargo, al estar compuesto por una mezcla de alcaloides y, debido a las dificultades para calcular la composición y concentración, en la práctica hoy no se utiliza como tal para el uso terapéutico.

            Los principales efectos primarios del opio son: relajación, intensa sensación de bienestar y gratificación, ausencia de hambre, ausencia de dolor, sensación de soñar despierto, aumento de la capacidad de imaginar y percibir, mayor distancia crítica con respecto a las cuestiones internas y externas.

            Si el sistema endocannabinoide (con receptores presentes en casi todos los sistemas corporales) se puede considerar un sistema para la homeostasis, el sistema opioide es el que sirve esencialmente para el reposo y la relajación. Cuando el organismo cree estar fuera de peligro y tiene las necesidades cubiertas se activa este sistema, y segregamos entre otras cosas “endorfinas” (es decir, nuestra “morfina endógena”) para iniciar procesos de descanso y reparación. Por supuesto, este sistema también se activa cuando el organismo necesita analgesia. La similitud estructural de nuestros propios neurotransmisores opioides y los componentes de la adormidera es muy grande, y por eso el organismo los reconoce perfectamente.

            POSOLOGÍA Y VÍAS DE ADMINISTRACIÓN

            El opio suele contener entre un 8 y un 15 % de morfina, dependiendo de las variedades y su calidad. Simplificando, y centrándonos sólo en éste, su principal alcaloide en estado natural, las dosis que se pueden considerar suaves (por vía oral) se sitúan en torno a los 10-15 mg de morfina, las medias entre los 15 y los 20 mg y las altas entre 20 y 30 mg. (es necesario recalcularlas, entonces, en función de la pureza de la sustancia).

            El opio se suele consumir por vía oral, por vía fumada o por vía rectal. Si se fuma (bien con una pipa, bien calentando un papel de aluminio desde abajo, sin llama directa, por ejemplo, aunque lo más recomendable es utilizar un vaporizador)[4] los efectos aparecen antes y son algo más suaves y mas breves (alrededor de las 3 horas, frente a las 7-8 h propias de la vía oral). Cuando se ingiere (sobre todo si no está muy bien curado o en forma de preparados farmacéuticos) resulta muy indigesto, y es habitual que haya una fase de náusea (lógica, dado que entre sus efectos está el ralentizar las funciones corporales, incluida la digestiva). Si se administra por vía rectal, los efectos son tan prolongados como por la vía oral y más potentes. Además, si para ello (como es habitual) se utiliza una pequeña bolita de resina, al ir absorbiéndose ésta poco a poco, puede hacer que dichos efectos se prolonguen aún más. Dado que por esta vía pasa directamente al torrente sanguíneo sin sufrir la metabolización hepática, además de ser, como decimos, más potentes los efectos (y de evitar, eso sí, las náuseas) también hace que resulte una vía más peligrosa, y de existir contaminantes en la muestra afectarían más al organismo que tras pasar por el sistema digestivo.

            PRECAUCIONES

            El potencial para generar dependencia física de los opiáceos es más elevado que el de otras drogas. Es relativamente sencillo pasar de un uso esporádico a uno continuado, en cuyo caso se desarrolla una marcada tolerancia farmacológica.

            Si se produce un consumo continuado durante el suficiente tiempo y en la suficiente dosis y éste se suprime de forma brusca, pueden aparecer unos síntomas de abstinencia, caracterizados porlagrimeo, bostezos, piloerección, aumento de la mucosidad, ansiedad y sudoración… y, en mayor grado, dolor y contracturas musculares, taquicardia, hipertensión, insomnio, fiebre, dolor abdominal y diarrea.

            EFECTOS SECUNDARIOS

            Entre los más comunes efectos secundarios se encuentran: contracción de las pupilas (miosis), sequedad de boca, náuseas y vómitos (si el consumo se da por vía oral o si se ingieren alimentos estando bajo los efectos del opio), estreñimiento, picores en todo el cuerpo, necesidad de orinar con dificultad para iniciar la micción, disminución de la líbido y (a dosis medias y altas) dificultades para la erección y para alcanzar orgasmos, sudores, dolores de cabeza, vértigos, cansancio, pérdida de motivación, etc.

            El consumo de opio puede provocar bajadas de tensión acentuadas. Si la persona usuaria siente que se va a desmayar, puede ser necesario tumbarla, en decúbito lateral por si sobreviene el vómito.

            INTERACCIONES

            Debido a la sinergia de efectos, los riesgos aumentan (y el margen de seguridad disminuye y, con él, el riesgo real de sobredosis) si el opio es consumido junto a otros depresores, como el alcohol, otros opiáceos u opioides, la ketamina, el GHB, las benzodiacepinas…

            El uso simultáneo de opio y algunos antihipertensivos, antidiarréicos, fármacos para el VIH, antihistamínicos o fármacos para el Parkinson también pueden producir problemas graves. El consumo frecuente de opio puede dar lugar a alteraciones menstruales importantes y también interferir con la eficacia de la píldora anticonceptiva.

            Por otra parte, la mezcla con estimulantes como el “speed” o con estimulantes-entactógenos como la MDMA (“éxtasis”) hace que se contrarresten buena parte de sus efectos, con lo que puede aparecer una tendencia a un mayor consumo de ambos y, por tanto, un aumento en los riesgos.

            La combinación con psicodélicos en este caso, y a diferencia de lo que ocurre con el alcohol, más que enturbiar la experiencia reduce efectivamente los efectos de propios de la psicodelia, pero dándole matices más calmados, reduciendo la posibilidad de aparición de ansiedad y sin minar en demasía la capacidad visual, de profundidad mental y de ensoñación.

            CONTRAINDICACIONES

            En niños/as, mujeres embarazadas o en periodo de lactancia. Si se padecen enfermedades hepáticas o del aparato digestivo. Si se ha de conducir vehículos o manejar maquinaria peligrosa.

            INTOXICACIÓN

            La sobredosis de opiáceos se caracteriza por disminución progresiva de la conciencia y por la depresión respiratoria. El proceso de la respiración deja de hacerse inconsciente e involuntario y puede llegar a la parada respiratoria, parada cardíaca y muerte.

            Ante una sobredosis siempre hay que avisar a un servicio de urgencias (112). Ante esa posibilidad, hay que mantener la calma e intentar impedir que caiga en coma, que se duerma, intentar que abra los ojos, etc. pero todo esto debe hacerse mientras acuden los servicios de urgencias, no tratando de resolver personalmente una situación difícil. Es necesario quedarse hasta que llegue el personal de urgencias para informarles de lo que ha ocurrido y, sobre todo, de lo que ha consumido el sujeto en cuestión.

            La naloxona es un antagonista puro de los opiáceos sin ninguna actividad agonista. Inhibe competitivamente a éstos en sus receptores mu, delta y kappa, y por ello revierte los efectos indeseables, incluyendo la depresión respiratoria, la sedación, la hipotensión arterial sistémica, la analgesia y el espasmo de vías biliares.

            ASPECTOS LEGALES DEL OPIO

            La papaver somniferum de la que se extrae el opio es una de las tres únicas plantas prohibidas como tales por la Convención Única de 1961, junto al arbusto de la coca (erythroxylum coca) y la cannabis sativa.

            La posesión o consumo de opio en lugares públicos está sancionado (desde la puesta en vigor de la Ley Orgánica 4/2015, de 30 de marzo, de protección de la seguridad ciudadana, conocida popularmente como “Ley Mordaza”) con una multa mínima de 601 euros. El tráfico, por considerarse legalmente entre las drogas que pueden causar «grave daño a la salud», es considerado un delito penal y acarrea entre 3 y 6 años de cárcel y una multa de hasta tres veces el valor de la droga.[5]

            DE LA MORFINA A LA HEROÍNA. LA FALSA VUELTA DE LA HEROÍNA A LAS CALLES ESPAÑOLAS.

            Poco o nada debemos decir sobre la morfina en concreto, dado que en tanto que alcaloide depurado es una medicación que se utiliza de modo muy restringido por parte de profesionales de la sanidad. Además, en todo caso, sus efectos difieren muy poco de los explicados para el opio, y (casi) sólo hay que tener en cuenta las diferentes formas de dosificación o administración.

            Sin embargo, así sea brevemente, es necesario hablar de la heroína, en especial para abordar los falsos rumores sobre su vuelta tan recurrentes en los medios en los últimos años. Sobre ello también son frecuentes las preguntas en las aulas, pero en este caso más cuando se imparten cursos para educadoras y profesionales de la intervención social que cuando se hace con el alumnado, al que el tema le queda muy lejos.[6]

            Como ya se ha comentado en múltiples ocasiones, ningún dato oficial de prevalencias de consumo ni tampoco de los que aportan las salas de inyección controlada que hay en el Estado indican repunte alguno. Según la encuesta oficial sobre población general de entre 15 y 64 años (EDADES) la prevalencia de consumo a lo largo de la vida actualmente es de 1,2 % para el caso de los varones y de 0,3 % para el caso de las mujeres, y a lo largo de los últimos 12 meses baja a 0,1 y 0 % respectivamente). Según la encuesta ESTUDES sobre población escolar de 14 a 18 años, en los últimos 12 meses dicha prevalencia es del 0,5 % (e incluso éste nos parece un dato exagerado…)

            Pero este lugar común no sólo se extiende (y por ello mismo, con cierta credibilidad) en los contextos de crisis económica del país. En realidad, y como constató David Pere Martínez Oró, los medios de información de masas llevan dos décadas anunciando el apocalíptico regreso del “caballo”. Este autor, bajo encargo del propio Ministerio de Sanidad, realizó una investigación y elaboró un informe abordando este tema, así como también la posibilidad (para él inexistente) de que en España se dé una crisis de fármacos opioides similar a la que acontece en los EE. UU. En este informe, Opioides en España. Ni repunte de heroína ni crisis de opioides a la americana (Ed Episteme, Barcelona, 2019) Martínez Oró afirma, por ejemplo: “Multitud de profesionales y gran parte de la opinión pública están convencidos de que el repunte es una realidad porque les provoca un miedo visceral imaginarse que España volverá a padecer una crisis de heroína. Como el pánico no es consciente, les resulta imposible articularlo discursivamente y en consecuencia recurren a la verosimilitud de las supuestas “evidencias” para canalizarlo. Los antecedentes de la crisis de heroína provocan que los profesionales activen todas las alarmas cuando hablan del supuesto retorno”.[7]

            Así, confluye el conglomerado mediático, siempre ávido de alarmismo y sensacionalismo, con ciertos sectores a quienes casi conviene generar alarma ante un posible consumo destructivo y destructor y, por tanto, que se extienda el miedo a la vuelta de la “crisis de la heroína”, sea ésta cierta o no. Otro asunto muy distinto es que las políticas de desalojo y desmontaje de los “poblaos” (como Valdemingómez, por ejemplo, en Madrid) hayan derivado en un desplazamiento del tráfico hacia zonas más integradas de las ciudades (el barrio de Lavapiés, por ejemplo, para seguir con el ejemplo capitalino) y que el consumo de quienes todavía lo realizan se haya hecho más visible para la ciudadanía en general. Al respecto de las vías de administración callejeras actuales, por cierto, hay que decir que si bien es mayoría la cantidad de personas usuarias (incluso las consideradas “históricas”) que la consume fumada en plata, actualmente hay una población proveniente de los países del Este de Europa cuya presencia se hace muy patente en dichos “poblaos”, que sigue usando sistemáticamente la vía parenteral.[8]

            Para tener datos sobre la composición de la heroína que circula hoy en las calles y, en general, para conocer todo lo que rodea al consumo de esta sustancia, se puede acudir al estupendo libro (excepto la deficiente primera parte; la relativa a las claves históricas y políticas del tema) que elaboró Eduardo Hidalgo, Heroína (Ed. Amargord, Madrid, 2007, también citado en la bibliografía final de este dosier). Aprovecharemos aquí para hacer un apunte, digamos, de “actualización” respecto al fantástico estudio de Hidalgo. En primer lugar, haciendo referencia a un reciente informe del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses. Se trata sin duda de información fragmentada y muy limitada, ya que además de tratarse de medias estadísticas, el INTCF no facilita ni el número de muestras de heroína sobre las que se trabaja ni los porcentajes de sustancias adulterantes.

            Efectivamente, sabemos por las gráficas de esos informes que la cafeína, el paracetamol, la fenacetina y el piracetam son los adulterantes encontrados (en ese orden de frecuencia) pero no hay información sobre la cantidad media de cada uno, el INTCF no da ese dato.[9] Los informes de Energy Control, que además sólo refieren 112 análisis de opiáceos en general, tampoco hacen pública la información sobre esas muestras.

           

Respecto a la pureza media vemos que, obviamente, cuando se vende “al por mayor” la proporción de diacetilmorfina es la más alta, y es mucho menor en lo que circula al “menudeo”. En todo caso, podemos observar que los porcentajes han bajado mucho desde el estudio de Hidalgo, continuando una tendencia descendente desde mediados de los 90, cuando alcanzó su punto máximo.[10]

LA DESOMORFINA (“KROKODIL”)

            Corresponde hacer sólo una mínima mención al conocido en los medios como “krokodil”, a pesar de que en España no existe su consumo, ya que, dada la mencionada presencia mediática y la alarma (y los mitos) que lo han rodeado son muy frecuentes las consultas de adolescentes y gente joven (y no sólo) en los talleres que podamos realizar.

            La desomorfina es un análogo de la morfina, sintetizado inicialmente en los EE. UU. buscando menores efectos secundarios que los que ésta provoca. Se obtiene haciendo reaccionar cloruro de tionilo con codeína. Reapareció en Rusia a principios de este siglo, casi como un sustituto barato de la heroína, y los principales problemas creados provienen de la presencia de adulterantes muy tóxicos, cuyos daños aumentan por haberse hecho habitual su uso inyectado. Debido a los problemas que esta fatal combinación (de adulteración, de mala síntesis y de vía de consumo especialmente peligrosa) causa en la piel y en las arterias (llegando incluso en algunos casos a derivar en gangrena) se popularizó este llamativo nombre callejero que, de nuevo, los medios contribuyeron a amplificar.


[1] Buena parte de este recorrido histórico está inspirado y reelaborado en buena medida a partir de la síntesis elaborada por Antonio Escohotado y plasmada en su obra Historia general de las drogas (Alianza Editorial, Madrid, 1989.) Este autor, considerado por muchas personas como referente indiscutible de la historia de las drogas, si bien es cierto que en alguna medida fue precursor de discursos, en realidad reproduce muchas imprecisiones sobre la propia farmacología de las sustancias y también algunos mitos callejeros. Además, en lo que respecta a la definición de los conceptos básicos del tema, desde lo que significa dependencia a muchos otros, plantea una visión acientífica e insostenible de todo punto. Incluso haciendo la salvedad de su visión extrema derecha en los años previos a su reciente muerte, su perspectiva neoliberal heredera de Hegel (su tesis doctoral la realizó sobre este autor) y su sustrato puramente calvinista le llevan a excesos inadmisibles a la hora de conceptualizar problemas; sobre todo, de individualizarlos y considerarlos originados casi entre lo genético y la predestinación espiritual.

[2] En concreto, la empresa Alcaliber, propiedad de Juan Abelló, aunque habría que hablar ya en pasado, porque ante la “crisis de los opioides” en los EE. UU. vendió la mayor parte de las acciones y este empresario se enfocó (a través del consorcio Linneo Health) a la producción de cannabis para la exportación, siendo la única gran empresa que tiene licencia para ello en España.

[3] Para ser más precisos, contiene fenantrenos (morfinanos: morfina entre el 10-15 %, codeína y tebaína) y benzilisoquinoleínas (narcotina, papaverina, noscapina y narceína)

[4] Ver la parte dedicada a las vías de administración de este mismo documento.

[5] Esta es la legislación actual, en el momento de escribir este documento (abril de 2023) Sin embargo, la citada Ley Orgánica 4/2015, de 30 de marzo, de protección de la seguridad ciudadana está en trámite de modificación y parece que las multas por tenencia simple pasarán a ser consideradas leves (con una cuantía de entre 100 y 600 euros) y el consumo en la vía pública seguiría castigándose con 601 euros de multa mínima.

[6] Por ello, hemos obviado hacer una descripción detallada de las especificidades de la sustancia, en relación a sus efectos, a su dosificación, etc. La heroína resulta más potente por unidad de peso que la morfina, entre otros motivos por su mayor eficacia para atravesar la barrera hematoencefálica. Sobre sus formas de consumo algo apuntaremos más abajo pero, en todo caso, poco queda por decir que no sea absolutamente conocido.

[7]  Ver el citado informe, Opioides en España. Ni repunte de heroína ni crisis de opioides a la americana (Ed Episteme, Barcelona, 2019. Evidentemente, los fantasmas de la (mal llamada) “crisis de la heroína” en España hacen que no se pueda analizar del mismo modo el consumo de la diaceltilmorfina de hoy (que no ha cambiado sus hidrógenos u oxígenos de sitio respecto a la que allá por 1897 lanzaba la Bayer justo a la vez que su otro producto “estrella”, la aspirina) puesto que desde entonces han mutado todas las demás condiciones; las contextuales (empezando por la legales) y, por ende, las de la propia sustancia circulante. 

[8] Hay que decir que el preparado que se puede fumar es la heroína base, la “brown sugar” (como la de la famosa canción de los Stones) que es la forma que más se encuentra en Europa. La que se suele inyectar es la heroína blanca, es decir, al forma de sal (clorhidrato de heroína).

[9] La presencia de cafeína como el principal adulterante es una constante desde los años 80, cuando se empiezan a tener datos. Lo que no sabemos es si supone un 1 % ó un 30% de la muestra, aunque en un estudio de Energy Control de 2004, sobre apenas una decena de muestras, ese porcentaje se situaba entre el 3 y el 9 % aproximadamente. Sin embargo, ni siquiera podemos considerar la cafeína en sentido estricto como un adulterante (al menos, de los añadidos para el engaño), puesto que varios estudios han corroborado que su presencia aumenta la concentración de la heroína presente en los vapores que se desprenden al hacerse un “chino” (el fumado en papel de aluminio) de modo que se maximiza la efectividad de la técnica del fumado, al tiempo que sus efectos liman las aristas más pronunciadas de los del caballo.

[10] En 1995, las purezas medias de heroína en distintos puntos del Estado rondaban el 60%, incluyendo todo el rango de medidas, desde las papelinas a los alijos de más de un kilo.

[1] Como se ve, utilizamos el término “opiáceo” para las sustancias naturales o semisintéticas derivadas directamente del opio y “opioides” para las que son sintéticas pero que también actúan sobre nuestro sistema corporal opioide.

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