Otros inhalables en general y su relación con la pobreza

            Hemos dedicado un epígrafe específico a los nitritos, comúnmente conocidos como “poppers”, dado que específicamente de éstos existe una prevalencia que, si bien es muy baja, no es despreciable, y ya que el cierto repunte en su uso y su (en este caso, innegable y muy marcada) difusión en redes juveniles han incrementado mucho las preguntas que se hacen sobre ellos en los talleres educativos. También hemos abordado el caso específico del óxido nitroso, por la cierta alarma que se viene generando en el último lustro en torno a su uso.

            Sin embargo, vamos a dedicar algunas consideraciones, más generales y apenas específicas a otros inhalables (habitualmente se utiliza en término “inhalantes”) para dar cuenta de un consumo, en este caso sí, despreciable en términos de prevalencia, pero que preocupa a educadoras que tienen contacto con los sectores de población excluida o más desfavorecida.

            Nos referimos en general a sustancias presentadas como líquidos muy volátiles o en aerosoles que sólo se consumen aspirando los vapores y que, de hecho, no pueden ser administrados por otra vía sin sufrir daños gravísimos en incluso fatales. Son productos como ciertos disolventes volátiles (diluyentes de pinturas, líquidos para lavado en seco, quitagrasas…) aerosoles (pinturas pulverizadas, desodorantes y fijadores de pelo e incluso betunes para lustrar zapatos que contienen tolueno) pegamentos de diversos tipos, e incluso combustibles, como la propia gasolina. Se trata en todos los casos de líquidos que desprenden profusamente vapores a temperatura ambiente.

            Más allá de algunos casos contados de gente muy joven en busca de experimentación con productos legales y fáciles de conseguir, y refiriéndonos a lo que realmente atañe a nuestro trabajo preventivo, su uso (particularmente, aunque no sólo, de pegamentos) suele estar asociado a la pobreza y la exclusión, y con él se busca disminuir o borrar la conciencia más que recreación; la ausencia de malestar o dolor (sobre todo psicológico-emocional) más que sentir placer. La depresión del SNC que proporcionan y sus efectos, entre lo analgésico y lo evasivo, posibilita (de modo muy tóxico y sin alterar un ápice, claro, las condiciones dramáticas que suelen llevar a su consumo) cierta anulación de la conciencia y, con ello, del sufrimiento.

            Lo que se conoce en jerga como “globeo” o “bolseo” (vaciar, por ejemplo, el contenido de un bote de pegamento en una bolsa y aspirarlo) es muy raro en nuestro país, estadísticamente hablando, y lamentablemente mucho más frecuente en ciudades con cinturones de pobreza espeluznantes, como Medellín, Lima o La Paz.[1] Sin embargo, un sólo caso de de un infante abocado a esto ya sería demasiado, y la detección de estos consumos es sin duda un apreciable signo de alarma de la necesidad de intervenciones sociales urgentes.

 El caso particular del cloretilo

            Dicho esto, abordaremos brevemente una relativa excepción a estas consideraciones, la que constituye el uso del cloretilo. En este caso, efectivamente se trata de un consumo no necesariamente marcado por condiciones estructurales de exclusión social, sino que se suele caracterizar por esa búsqueda de experimentación (casi siempre, en edades muy tempranas) con productos sencillos de conseguir. El cloretilo estaba catalogado como anestésico hasta hace poco tiempo, pero actualmente se vende sin receta en las farmacias, catalogado como “producto sanitario” de “parafarmacia”, como “aplicadores de frío” (no financiado, claro, y sujeto al IVA del 21 %, a diferencia de los “medicamentos”).

            El cloruro de etilo o cloretilo (C2H5Cl) es un hidrocarburo halogenado sintetizado por primera vez en 1759 y que fue utilizado como anestésico general durante finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX. Desde finales del siglo XIX y hasta la actualidad se utiliza como anestésico local en medicina deportiva, debido a que ayuda a mitigar el dolor de los espasmos musculares por crioanestesia, al alcanzar temperaturas muy bajas en su expansión adiabática. El cloretilo actúa desensibilizando a consecuencia del frío las terminaciones nerviosas de la zona donde se aplica, efecto que es transitorio y reversible, ya que se recupera la sensibilidad al aumentar la temperatura corporal.

            Su uso recreativo se remonta a la década de los 80 del siglo XX. La vía de administración es inhalada, mediante la impregnación del aerosol en cualquier tipo de tela e inhalando por la boca y/o la nariz los vapores que se desprenden. Con ello se buscan efectos que van desde la euforia a la analgesia, pasando por la evasión, ciertos cambios en la percepción del tiempo, las alteraciones auditivas, principalmente en forma de eco o reverberaciones, e incluso las visuales a dosis altas, y también la risa incontrolable.

            Es difícil hablar de pautas de dosificación con esta sustancia. Lo habitual es que se den grandes bocanadas hasta conseguir los efectos deseados, que se perciben rápidamente (en pocos segundos) en cuanto la sustancia llega al torrente sanguíneo y al SNC, y que duran unos pocos minutos. La corta duración de los efectos puede llevar a efectuar redosificaciones en espacios cortos de tiempo para volver a sentirlos.

            Los riesgos de este consumo comienzan con el de la administración directa que, como en el caso del óxido nitroso, puede causar dermatitis de contacto y quemaduras por su extremadamente baja temperatura. Además, provoca una depresión del SNC que puede suponer un riesgo al aumentar la probabilidad de sufrir caídas, desmayos o accidentes. También pueden aparecer náuseas, vómitos o calambres estomacales y al día siguiente del uso pueden aparecer diarreas y dolor abdominal.

            Un uso prolongado en el tiempo o con dosis altas en un corto periodo de tiempo puede generar desequilibrio y vértigos, temblores, deterioro de la memoria a corto plazo, dolores intensos de cabeza. El uso crónico también se ha relacionado con un deterioro neurológico grave a largo plazo. Se han dado infrecuentes efectos tóxicos graves tras un uso prolongado o en dosis altas, como el deterioro de la función hepática, arritmias, convulsiones y pérdida de la consciencia. Se han llegado a reportar casos de coma y muerte.

            Evidentemente, la interacción con otras sustancias depresoras del SNC, como el alcohol, el GHB, las benzodiacepinas o los opiáceos, potencia dichos efectos depresores y se considera de alto riesgo.

            Ni que decir tiene que, como en el caso del óxido nitroso, no se deben abandonar los botes vacíos, ensuciando y contaminando los entornos, sino que deben depositarse en los contenedores correspondientes.


[1] La vendedora de rosas, película colombiana dirigida por Víctor Gaviria, relata con crudeza la vida de unas jóvenes en Medellín y sirve para dar una idea del fenómeno.

CC BY 4.0 Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución 4.0 Internacional.