La “burundanga”, la “sumisión química” y el sensacionalismo mediático.

La escopolamina (mal llamada “burundanga” por los medios de masas) es un alcaloide tropánico que se encuentra como metabolito secundario en plantas de varios géneros en la familia de las solanáceas, como la belladona (Atropa belladonna), especies de beleños, (Hyosciamus spp.), el estramonio (Datura stramonium) y en algunas especies de mandrágora (Mandragora spp.) y de brugmansia (como la Brugmansia arborea, o “floripondio”).​

El uso de estas plantas y sus alcaloides data de hace al menos tres milenios, y ya en la Grecia Antigua se utilizaban algunas de ellas (de modo muy controlado, conscientes de su elevadísima toxicidad) por su carácter sedante, analgésico y broncodilatador. Como decíamos, el nombre “burundanga” (de origen colombiano, pero que suena exótico y que, por ello, parece coadyuvar a difundir titulares llamativos) ha sido difundido por los medios de forma absolutamente irresponsable y sensacionalista, asociado a robos y, sobre todo, a agresiones sexuales, dentro de lo conocido como “sumisión química”. Por ello y por otros motivos que expondremos más adelante, y aunque su consumo intencional es prácticamente nulo y su uso como medio de agresión es ínfimo en términos de porcentaje, merece un epígrafe diferenciado con información útil para el desempeño preventivo.

Efectivamente, la “burundanga” ha sido bautizada por los medios como “droga de la violación”. Su presencia en la prensa y en todo tipo de programas televisivos y radiales caracterizados por la total ausencia de rigor y seriedad se intensificó a raíz de la violación sexual múltiple ejecutada en las fiestas de San Fermín de Pamplona, conocida como el caso de “La Manada”. En éste y otros casos, la escopolamina se usó para rebajar la conciencia e incluso para crear episodios de amnesia, de modo que se dificultara la resistencia, la identificación y la denuncia.

La llamada “sumisión química” consiste en aprovechar la situación de vulnerabilidad causada por los efectos de una droga para cometer un delito contra una persona (un robo, una agresión sexual, etc.). A este respecto, sin embargo, hay que insistir en la aclaración de una serie de mitos, a los que ya aludimos con anterioridad, y confirmados recientemente por un grupo de investigación de la Universidad de Alcalá de Henares:

El primero consiste en afirmar que los agresores suelen ser desconocidos. En realidad, en la mayoría de las veces se trata de gente cercana. Por supuesto, ningún consumo o estado de ebriedad justifica ninguna agresión. No es no.

El segundo indica que lo frecuente son las intoxicaciones intencionadas/premeditadas. De hecho, la mayor parte de los casos son oportunistas. Obviamente, jamás resulta admisible aprovecharse de una persona que no esté con un nivel de consciencia suficiente como para tomar una decisión. En muchas circunstancias, la cantidad también es cualidad.

El tercero de ellos, y que ahora más nos concierne, es que las agresiones se producen con sustancias como la escopolamina (“burundanga”), GHB, etc.). En la inmensa mayoría de los casos, la droga facilitadora de la agresiones (sexuales o de otro tipo) es el alcohol. Existen agresiones para las que se utiliza premeditadamente el GHB, pero son muy pocos casos y sólo se dan en las regiones en las que su consumo es más frecuente, y son también excepcionales los usos deliberados de benzodiacepinas. En cuanto a la escopolamina, su uso es absolutamente residual, aunque haya sido muy magnificado por los medios, que prácticamente la promocionan, más que colaborar en la prevención.1 Los casos de intoxicación con escopolamina certificados por análisis de laboratorio en todo el país en el último lustro no llegan a la decena. Si hablamos de raros no es para restar gravedad al asunto: un sólo caso de agresión química ya sería demasiado. Pero es necesario dar la justa magnitud estadística, los datos contrastados y, además de combatir el sensacionalismo, no contribuir a cierta habitual exoneración del alcohol ni, por supuesto, a ocultar el problema de fondo.2

Aunque sabemos que existen más casos de los que se pueden constatar, por la dificultad de la detección de esta sustancia tras una agresión, esto queda lejísimos del sensacionalismo mediático y de su ansia por llenar titulares e infundir miedos desmedidos. Rechazo a las agresiones, por supuesto; educación para el respeto, máxima; precaución e indicaciones para saber reaccionar, todas las posibles; sensacionalismo, cero.

Además de todo lo que se debe trabajar en cuanto a educación y al fomento de la convivencia respetuosa, lo útil es dar indicaciones de cómo actuar en el caso de que una agresión se produzca, no generar miedo. Éstas pueden ser algunas recomendaciones mínimas para una posible actuación:

  • No se deben minusvalorar las indicaciones de las personas que comunican una sintomatología extraña, no correspondiente con lo que voluntariamente han consumido (habitualmente alcohol…) Pese a que siempre existe la posibilidad de una pérdida de control, la gente en general sabe cómo le afecta lo que consume y desde luego sabe diferenciar una borrachera de los efectos de la escopolamina, aunque se desconozca esta sustancia.
  • Debe ponerse la ayuda necesaria a disposición de las personas agredidas, desde la protección y desde el respeto, de alguien del personal del establecimiento, que incluso pudiera acompañarlas al servicio de urgencias hospitalario. En todo caso, no dudar en avisar a los CFSE y/o a los servicios hospitalarios.
  • La labor de protección puede requerir un carácter proactivo, dado que bajo la pérdida de control que puede producir la escopolamina es muy posible que las personas no puedan pedir ayuda por no ser conscientes de lo que les está sucediendo. Por este motivo, si se sospecha que una persona está bajo los efectos de ésta, deberá velarse por su seguridad hasta que la persona esté en condiciones de tutelarse a sí misma. En el caso de contar ésta con alguien de confianza que hubiera notificado la posible agresión y que pudiera hacer esa labor de acompañamiento, deben indicárseles los siguientes pasos:
    • Acudir a la mayor brevedad, incluso antes de interponer la denuncia, al centro hospitalario más cercano, donde se deben solicitar análisis de sangre (si han transcurrido menos de 6-7 horas desde la ingesta) y análisis de orina, y que en ellos se busque la presencia de la escopolamina, para tratar de tener las evidencias necesarias de la agresión.
    • Se puede solicitar que se realicen pruebas de pelo o de uñas de las personas agredidas, por si el tiempo de detección en orina (aproximadamente 48 h) hubiera sido sobrepasado y faltasen las pruebas analíticas necesarias para que la denuncia prospere. En algunas ocasiones, estos casos suceden sin que quede evidencia documental de ellos, por no haberse agotados todas la posibilidades analíticas necesarias. Desgraciadamente, en demasiados casos se sigue despreciando la versión de las víctimas. En cualquier caso, hay que saber también que incluso antes de tener hechas las pruebas analíticas; esto no se considera una denuncia falsa.

El alarmismo es enemigo de la sensatez. El uso de sustancias como la escopolamina es estadísticamente bajísimo, pero puede ser muy grave cuando sucede, pudiendo llegar a producirse la muerte, dado su escaso margen de seguridad. Es tarea de toda la ciudadanía y principalmente de las instituciones poner coto a estas agresiones sin permitir el sensacionalismo mediático, que parece promocionar su uso más que acabar con él, y que en todo caso tiene efectos claramente contrapreventivos.

Algo más información sobre la propia sustancia

La escopolamina es una sustancia similar a la atropina y actúa antagonizando de forma competitiva el efecto de la acetilcolina sobre los receptores muscarínicos del tipo M1. En dosis bajas (del orden de microgramos) se utiliza como fármaco para controlar los mareos por movimiento y las náuseas postoperatorias. Por su acción sedante sobre el SNC, se ha usado como antiparkinsoniano, antiespasmódico y como analgésico local y también para provocar dilatación de la pupila en exámenes de fondo de ojo. Además (en dosis muy pequeñas y controladas, insistimos) se utiliza todavía en hospitales en terapia agónica, en esos últimos momentos de la vida que pueden venir acompañados de dolores, angustia y sensación de ahogo.

El cuadro clínico de la intoxicación por escopolamina produce disminución de la secreción a través de las glándulas del organismo: sequedad de boca, sed, dificultad para tragar y hablar, dilatación extrema de las pupilas, que reaccionan muy lentamente a la luz produciendo visión borrosa de los objetos cercanos y, en ocasiones, ceguera transitoria. Puede aparecer fiebre muy alta (hasta 42ºC), convulsiones, arritmias, insuficiencia respiratoria… Dosis altas pueden causar delirios y trances auténticamente alucinatorios (no psicodélicos) y dosis progresivamente más altas causan estupor y finalmente, la muerte por parálisis de la musculatura lisa. Su dosis letal media se sitúa en algo menos de 1 mg por kg de peso.3

Si esta sustancia está incluida entre las propiamente alucinógenas (a veces llamadas “delirantes” en el ámbito anglosajón, y en las que podrían incluirse otras de su familia, como la hiosciamina o la atropina) es porque quien haya consumido (en la dosis suficiente) una sustancia verdaderamente alucinógena olvidará estar bajo sus efectos durante el trance y, por tanto, creerá que lo que percibe está sucediendo realmente; por eso es una alucinación en sentido estricto. Una de las más frecuentes es la llamada “formicación” (con “m”; que refiere a las hormigas) para designar la sensación (ante un picor real) de tener insectos bajo la piel, lo que llega a ocasionar que algunas personas, además de entrar en pánico, se rasquen hasta hacerse heridas graves. Además, después de dicho trance, apenas recordará lo sucedido en él, salvo quizá algunas trazas borrosas.4

Si hemos remarcado “en la dosis suficiente” es porque, evidentemente, en otras cantidades ésta y otras sustancias tienen otros efectos y, por tanto, aplicaciones distintas, como las que hemos reseñado. Si están incluidas en este grupo es por el hecho obvio de ser capaces de inducir estos efectos y porque ése ha sido precisamente uno de sus usos a lo largo de la historia, sobre todo en determinados periodos del Medievo y de la Modernidad, asociados en este caso a la mal llamada “brujería”.

La persecución de la herejía y, en concreto, de la calificada como “hechicería”, en tanto que represión político-religiosa asociada a sustancias consideradas como “diabólicas”, realmente no tuvo solución de continuidad desde al arribo de la Iglesia Cristiana al poder imperial. Sin embargo, sí se dieron cambios cualitativos; periodos menos cruentos y otros más represivos, y éstos últimos fueron acompañados del aparataje legal correspondiente. Durante el siglo XIII, se empezaron a dar cambios jurídicos en el “occidente cristiano” que instauraron la presunción de culpabilidad en lugar de la de inocencia. Desde la publicación de El martillo de las brujas (Malleus Maleficarum), escrito por los dominicos Kraemer y Sprenger en 1486, se recrudeció la cruzada interna contra el saber pagano, para lo cual se legitimó, además, el uso de todo tipo de torturas en los “procesos” inquisitoriales.

Científicos famosos (Servet, Bruno…) acabaron en la hoguera, pero también cientos de miles de, sobre todo, mujeres, no menos sabias pero sí anónimas, con el pretexto de que el uso de plantas y ungüentos les conferían poderes diabólicos. En realidad se trataba de un ancestral conocimiento de la naturaleza, y también de un desafío a las estructuras (patriarcales, religiosas; de poder en definitiva) dominantes.

Algunos de los usos de plantas incluyeron los de los alcaloides tropánicos como la escopolamina para inducir viajes alucinatorios. Para ello, como comentábamos en la parte de esta guía dedicada a las vías de consumo, en ocasiones se utilizó la absorción a través de las mucosas vaginales, aplicando determinados ungüentos con utensilios comunes, lo que pudo ser el origen de algunas leyendas impresas en el imaginario.5

El caso del estramonio y los consumos actuales

El estramonio (Datura Stramonium) es una planta de la familia de las solanáceas que se puede observar frecuentemente en multitud de zonas rurales de la Península Ibérica, y crece en huertas poco cuidadas, barbechos, bordes de los campos, escombros, graveras, junto a corralizas y construcciones rurales, y muy frecuentemente como contaminante de cultivos como el maíz.

La planta contiene en todas sus partes gran cantidad de alcaloides tropánicos (el contenido total de ellos varía entre 0.25 y 0.7% del peso fresco de las hojas) como la atropina, la escopolamina y la hiosciamina. Por dicho contenido, esta planta es altamente tóxica, pudiendo causar la muerte en hombres y animales, hecho bien conocido por la gente de las zonas rurales. Se han dado intoxicaciones en animales de granja, que generalmente la rechazan debido a su olor y sabor desagradables, pero que en situaciones de hambre o cuando hay poco alimento disponible pueden ingerirla. Todas las partes de la planta son tóxicas, pero las hojas y las semillas son la principal fuente de intoxicación.

A pesar de ser una planta ampliamente distribuida por nuestra geografía, como decíamos, no se detecta apenas su uso en entornos festivos, ni tampoco parece tener sentido plantear la posibilidad de la aparición de un mercado negro alrededor de ella. Sin embargo, ha habido excepciones que han tenido consecuencias trágicas y, desgraciadamente, ha generado más alarmismo contraproducente.

El caso más conocido fue el de una rave celebrada en Getafe en 2011, en el que dos chicos de 18 años murieron por la ingesta de escopolamina (por su acción principal, para ser más precisas, pues existía consumo combinado con otras sustancias). Quien se la proporcionó declaró abiertamente haberlo hecho “para abrir mercado”, y se la había dado con la indicación de que servía “para “flipar” un poco, como con las setas”. Efectivamente, y prescindiendo de tan poco loables motivos de enriquecimiento, tan egoísta como inconsciente, la ignorancia mata y (como decíamos en la parte correspondiente de este dosier) el conocimiento es un factor de protección de primer orden. Confundir un alucinógeno en sentido estricto con un psicodélico y, en general, dos sustancias diferentes puede tener consecuencias fatales, como en este lamentable caso.

  1. ¿La atención prestada rompió el silencio y permitió mayor conciencia y denuncia o publicitó estrategias de agresión que acaban multiplicando esta práctica? Sobre esto se ha reflexionado, en torno a lo que Albert Bandura señalaba en los años 70 en su “teoría del aprendizaje social”. ↩︎
  2. Ver artículos y estudios como: http://rev.aetox.es/wp/wp-content/uploads/2020/12/vol-37.2-34-36.pdf; https://www.esteve.org/sin-categoria/materia-escopolamina/ ↩︎
  3. La fuentes son contradictorias en este punto y en algunos casos se dan valores absolutos, en torno a los 100 mg, pero advirtiendo que en niños/as puedes ser mortal en dosis de 2-5 mg en el caso del hidrobromuro de escopolamina. Ver, por ejemplo: https://cima.aemps.es/cima/pdfs/es/ft/64566/64566_ft.pdf ↩︎
  4. Recordemos que bajo los efectos de una sustancia psicodélica, en todo momento se conserva la memoria de haber ingerido una droga y, además, posteriormente se puede recordar el viaje, y la diferencia entre los márgenes de seguridad es muy grande (dicho margen es enorme, en el caso de la mayoría de los fármacos psicodélicos más usados) ↩︎
  5. De hecho, las famosas escobas sobre las que las (mal llamadas) “brujas” volaban, se podían considerar de algún modo como dildos químicamente activados. ↩︎

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