En 1944 se sintetizó el metilfenidato (MFD),otro los parientes químicos de las anfetaminas. Durante la Segunda Guerra Mundial se había experimentado con innumerables variantes químicas de estos compuestos, en la búsqueda de moléculas con propiedades análogas, pero con efectos adversos menos severos. Diez años después, en 1954, se lanzó al mercado bajo la marca comercial Ritalin. El Physician’s Desk Reference de 1957 afirmaba que estaba “indicado para la fatiga crónica y los estados letárgicos y depresivos, incluyendo aquellos asociados con agentes tranquilizantes y otras drogas, conducta senil perturbada, psiconeurosis y psicosis asociadas con depresión”.En 1971, la Convención Internacional de Sustancias Psicotrópicas (conocida como Convenio de Viena) lo incluyó en la Lista II de fármacos controlados, reconociendo sus usos médicos.
Si bien existe desde mediados del siglo XX, cobró especial notoriedad a partir de los años 90. Esto se debió a la difusión (a la sobredimensión) del diagnóstico del Trastorno por Déficit de Atención con Hiperactividad (TDA/H) en personas adultas y, sobre todo, en niñas y niños. Se estima que el valor bruto de la producción anual de MFD en 2005 habría multiplicado al menos por diecisiete el correspondiente a 1990, de acuerdo a las cifras previstas para ese año en curso en EE. UU. A la altura de 2013 se consumieron unos 2400 millones de dosis en todo el mundo, y la Junta Internacional de Fiscalización de Estupefacientes (JIFE) estima que Estados Unidos es responsable del 80% del consumo global.
NATURALEZA Y EFECTOS PRINCIPALES
El MFD es una amina simpaticomimética, cuya fórmula molecular es C14H19NO2. Pertenece al grupo de las fenetilaminas y, en particular, es un análogo ciclizado de la anfetamina.[1] Se trata de un compuesto que incrementa los niveles de dopamina y norepinefrina en el cerebro por la inhibición de su recaptación.
El metilfenidato está considerado un medicamento psicoestimulante aprobado para el tratamiento del TDA/H, la narcolepsia y el síndrome de taquicardia ortostática postural. También puede ser prescrito para casos de síndrome de fatiga crónica y depresión resistentes a otros tratamientos, incluso en este caso en sinergia con la fluoxetina (Prozac, según su marca comercial más conocida). Se sintetiza como un polvo cristalino fino, blanco y se comercializa en comprimidos bajo las marcas más comunes de Ritalin, Rubifen o Concerta.
El MFD se administra generalmente por vía oral. Los efectos clínicos de las fórmulas de liberación inmediata se manifiestan entre los 30 y los 45 minutos después de ser ingeridas, y se extienden por un máximo de 4 horas. También se encuentra disponible en fórmulas de liberación prolongada, pudiendo alcanzar una cobertura de ocho e incluso de doce horas. Se trata de la misma droga, pero con un recubrimiento especial que la libera de manera controlada, atenuando además los picos y los valles en los niveles plasmáticos de la sustancia.
Las contrapartidas
Como en epígrafes anteriores (y tal como se explicó al inicio de esta guía) para la relación detallada de efectos y efectos secundarios, posología, vías de administración, etc. de fármacos de uso legal, se remite a los prospectos correspondientes, aprobados por la AEMPS.
Por ello, aquí corresponde hacer algunas referencias al respecto del preocupante sobrediagnóstico del llamado TDA/H y los presupuestos socioeducativos del asunto. El propio Allen Frances, que fue director durante años del Manual Diagnóstico y Estadístico (DSM; texto en el que, en sus sucesivas ediciones, se definen y describen las diferentes «patologías mentales» según la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, APA, por sus etnocéntricas siglas en inglés), elaboró recientemente un libro reconociendo precisamente los excesos en el etiquetaje y la patologización de problemas sociales.[2]
Tal como comentábamos al hablar del desmesurado consumo de benzodiacepinas por parte de menores de edad (y de sus mayores, claro) estamos en realidad frente a problemas de salud social, que en absoluto deberían conllevar su individualización y, con ella, el etiquetaje, el estigma y ni mucho menos la posterior medicalización de millones de niñas/os. Criaturas casi permanentemente sobreestimuladas, entre otros muchos motivos, por estar constantemente rodeadas e interactuando (con la velocidad e inmediatez que ello suele implicar) con pantallas de todo tipo (teléfonos móviles, tablets, videoconsolas, televisiones, etc.). Infantes que, en muchos casos, cuentan con menos espacios para la movilidad y la expansión de los que necesitan (olvidamos a veces que ¡¡son niños/as!!), y además frecuentemente sobrealimentados con productos que contienen azúcares refinados (es decir; con un “combustible” que exige un gasto rápido), son catalogados en masa y en ocasiones desde edades muy tempranas (desde los 4 años, en algunos casos, y con medicación ya no recetada por psiquiatras sino por pediatras) como “hiperactivos” y automáticamente medicados si no son capaces de estar quietos, atentos y callados cinco o seis horas diarias ante algo que no han elegido y que no necesariamente les interesa.[3]
Decimos “en masa” porque, como ya hemos indicado en otras partes del documento, a pesar de que sobre el consumo de metilfenidato no hay registros en las estadísticas oficiales (EDADES y ESTUDES) se conocen estudios que revelan que en algunos estados de los EE. UU., por ejemplo, hasta un 25 % del alumnado ha sido diagnosticado con este “trastorno”.[4] La experiencia docente presume que en España la cifra debe ser menor pero en todo caso excesiva y, como era de esperar, mayor en las ciudades que en pequeños municipios rurales, donde el espacio para el esparcimiento tras las clases es evidentemente mayor.[5]
En cualquier caso, como adultas estamos exigiendo a niñas y niños, en el citado contexto actual, unos niveles de concentración, de atención, de escucha, de quietud de los que las personas adultas ya no somos capaces, ni siquiera menos tiempo continuado y en actividades lectivas que han sido voluntariamente elegidas. Además, las soluciones a este problema no se establecen (incluso aceptando el caso de que dichos problemas se individualizasen) a partir de mecanismos de atención diferencial a este alumnado, de seguimiento psicológico, etc. sino directamente con su patologización y tratamiento a través de la prescripción de fármacos. Sin duda, desde cualquier punto de vista educativo y social lo urgente es una reflexión sobre el modelo de educación y, por extensión, de sociedad, que estamos creando y no una huida hacia delante, tratando de paliar con fármacos de dudosa utilidad y seguridad algunos de los síntomas ocasionados por el hecho de que dichos modelos no sean adecuados.[6]
Por supuesto, se han descrito efectos negativos a nivel físico y psicológico por el consumo de MFD, como el desarrollo de comportamientos obsesivo-compulsivos, depresión y pérdida de sociabilidad. En 1998 el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos organizó una Conferencia sobre el Diagnóstico y Tratamiento del TDAH y el uso de metilfenidato. La conclusión de la Conferencia fue que no se logró consenso sobre los beneficios terapéuticos del uso de estimulantes para el TDAH, ni sobre sus eventuales beneficios sobre la concentración y el rendimiento académico: “Los tratamientos estimulantes no «normalizan» toda la gama de problemas de conducta, y los niños en tratamiento aún manifiestan un mayor nivel de problemas de comportamiento que los niños que no los siguen. De particular interés son los hallazgos consistentes que muestran que, a pesar de la mejoría en los síntomas centrales, hay poca mejora en el rendimiento académico o las habilidades sociales”.
El panorama es aún más oscuro en cuanto al estatus de la enfermedad, sobre la cual se concluye que “no hay información que nos permita concluir que el TDAH corresponde a un mal funcionamiento cerebral (…) Finalmente, después de años de experiencia e investigación clínica sobre el TDAH, nuestro conocimiento sobre las causas del TDAH permanecen en la especulación”.
Lo que es evidente es que, incluso existiendo casos casi extremos en los que un fármaco de prescripción pueda resultar de utilidad en tan tempranas edades (como coadyuvante a otras prácticas educativas, por supuesto) el sobrediagnóstico, el etiquetaje y la patologización son medidas indeseables; máxime cuando además no se hace un seguimiento de su magnitud real a través de las encuestas oficiales.
[1] Su similitud estructural con las anfetaminas es tal que buena parte del sulfato de anfetamina que circula a nivel callejero (“speed”) está “cocinado” (sintetizado) a partir del MFD desviado de los canales farmacéuticos legales al mercado negro. De hecho, de acuerdo con la mayoría de los protocolos clínicos, un comprimido de 10 mg de MFD produce efectos comparables a 10 mg de anfetamina y a 5 mg de dextroanfetamina (Dexedrine, Dextrostat)
[2] Frances, A., ¿Somos todos enfermos mentales?, Ed. Ariel, Barcelona, 2014.
[3] En principio el MFD está indicado para el tratamiento en niños/as mayores de seis años pero, como decimos, muchas docentes y progenitoras reportan su consumo en edades todavía más tempranas.
[4] En Uruguay también está contabilizado el consumo de este tipo de psicofármacos en escuelas, y alcanza en este caso una prevalencia en vida del 3,8 %, aunque hay autoras locales que cuestionan la magnitud de estos datos y que, con una mirada amplia sobre el tema, ofrecen análisis muy interesantes. Es el caso de la Doctora en Educación María Noel Míguez, una de cuyas entrevistas (que remite a otros trabajos suyos) se puede consultar aquí:
Consultar también el trabajo de la Dra. Adriana Cristóforo, Medicalización y Deficit Atencional: Construcción social de la subjetividad desatenta. Disponible aquí:
http://dedicaciontotal.udelar.edu.uy/adjuntos/produccion/347_academicas__academicaarchivo.pdf
[5] Así lo estiman de nuevo las educadoras del Programa Consumo Conciencia, tras haber realizado centenares de talleres, tanto con el alumnado como con las AMPAS, en institutos de toda la geografía aragonesa.
[6] Es evidente que las dificultades en las aulas actuales son muy complicadas de gestionar si la profesión docente se precariza, se infradota y, entre otras cosas, se trabaja con ratios inasumibles, pero eso no puede implicar, como decimos, una huida hacia delante en la que las criaturas paguen las consecuencias.
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