¿Empresas farmacéuticas públicas que, por tanto, tengan como objetivo la mejora de la salud y no la valorización del capital? No, no se asusten, no vamos a dedicar este artículo a argumentar propuestas (tan sensatas como necesarias, por otro lado) de creación de compañías estatales fuertes en este ramo, de control de las criminales corporaciones privadas del sector y, por qué no, de su expropiación para el beneficio del común de la población.
Tampoco hablaremos, claro, de la llamada “acumulación primitiva” ni del actual expolio de tierras, de prácticas y de remedios ancestrales que, armadas con fusiles y patentes, ciertas simpáticas transnacionales perpetran todavía a diario.
Si utilizábamos este término en el título era para referirnos a lo que hizo el sistema prohibicionista con tod@s nosotr@s: además de provocarnos un daño irreparable a la salud (la social y la fisiológica) nos expropió conocimiento sobre drogas. Y dado que, como siempre repetimos, “salvo los alimentos, nada hay sobre la Tierra tan íntimamente asociado a la vida de los pueblos, en todos los países y tiempos”, que no existe el Homo Sapiens Abstinensis y que todas las personas sin excepción somos consumidoras de drogas para los más diversos fines, esto resulta realmente importante.
Así es, amiguit@s. Como afirma la Dra. Raquel Peyraube, eminencia a nivel mundial en endocannabinología a la que tuvimos la suerte de conocer en Montevideo, el primer derecho que violó la Prohibición para poder violar todos los demás fue el derecho a saber, a la información veraz y sin sesgos. Y sí, en esto (en esto también, mejor dicho…), al igual que en lo relativo a la criminalidad, a la corrupción y a muchísimos otros aspectos, nos afecta a tod@s, y no sólo a quienes hacen uso de drogas ilegalizadas y se salen de lo normativo en esta sociedad etilocéntrica.
Y sin embargo, es a estas últimas personas a quienes, no sólo pero sí fundamentalmente, se dirige este escrito, y entre ellas a quienes, más allá de usos puntuales más o menos inconscientes, tienen curiosidad por saber más y por ampliar las opciones para gestionar su salud. Porque sí, querid@s: pese a las machaconas letanías prohibicionistas (a veces incluso asumidas por quienes se supone que las combaten) lo principal en esto del consumo de drogas no es la fiesta y el ocio en general; no sólo siquiera el placer: es la gestión de la salud en términos globales.
Así que en lugar de otra llamada a informarse más y mejor sobre las sustancias ilegalizadas más comunes, este articulito es una invitación a salir del “sota, caballo y rey” habitual (nunca mejor dicho, y no sólo por el “caballo”…) y a ampliar un poquito el horizonte. Pero claro, como la normatividad en este ámbito, gobernado por las drogas de farmacia, por el ubicuo alcohol, y por café, tabaco, etc. (ver nuestro artículo anterior, “El armario psicoactivo”) implica a la mismísima ley y no queremos líos con nuestro querido artículo 368 del Código Penal, la sugerencia para indagar sólo se circunscribirá a cositas legales, como Dios manda.
Vayamos al grano y veamos, por ejemplo… ¿Que pasáis de meteros el equivalente a un café expreso con un poco de anfeta (lo que suele contener el tan adulterado “speed” callejero) por la tocha? ¿Que pasáis de pagar 60 pavazos por un gramo de la “diosa blanca”, que os jode las fosas nasales por la mala costumbre (también avivada por la Prohibición) del consumo esnifado y que además está habitualmente mezclada, por ejemplo, con levamisol, un antiparasitario que hace que os vayáis de varetas? ¿Que queréis, en definitiva, estimularos en determinadas ocasiones pero sin las taquicardias que os provoca pasaros de cafeína? Bueno, quizá se os ha ocurrido daros una vueltita por el monte y recolectar algo de efedra, que la hay… (Ephedra nebrodensis, es la más indicada de las de por aquí). O aprender más sobre la estimulación que nos puede proporcionar nuestro común romero, que quizá podría sorprenderos. O, por decir algo menos conocido (pero accesible y legal también) el galangal (Alpinia officinarum) o el cálamo (Acorus calamus).
¿Que queréis una estimulación con un toque más nootrópico y que mejore el rendimiento intelectual? Para eso está el ginkgo biloba, el árbol de los abanicos, cuyas propiedades son conocidas por más gente últimamente.
¿Que se trata de lograr ese punto más equilibrado y con buena gestión del estrés? Además del más conocido gingseng (Panax Ginseng), se puede echar un vistacito a la gotu kola, (Centella Asiatica), o a la Ashwagandha (Withania somnifera) por ejemplo. ¿Solamente necesitáis subir un poco la tensión, porque la tenéis muy baja y después de comer (como le sucede a quien escribe) se os apagan las luces? Un poco de regaliz y nada de nervios.
Pero… ¿quizá necesitáis una estimulación más sutil que tenga un punto afrodisíaco? Además de la canela, con ese toque más travieso, o del jengibre, con un matiz más “bruto”, por qué no conocer la amazónica muira puama (Ptychopetalum olacoide), el también latinoamericano clavo huasca o la damiana (Turnera diffusa).
Y no todo en la vida va a ser estimularse, claro, así que si resulta que… ¿la necesidad de sedación y/o analgesia o de una larga noche de sueño es mayor? Además de, por supuesto, nuestras tilas, valerianas, melisas, lavandas, etc., echemos un vistacito al interesantísimo kratom (Mitragyna speciosa) particularmente a la variedad “vena roja” (la más relajante), conozcámoslo en profundidad para saber de sus propiedades y de sus riesgos y ajustemos bien la dosis.
Sobre la lindísima amapola nos vamos a abstener de hacer comentarios, por pura autoprotección. Sólo diremos que si determinadas plantas y sus extractos fueran legales y conocidos nadie en sus cabales recurriría a esa basura llamada benzodiacepinas, que procuran cierta calma, hipnosis y/o analgesia a costa de la claridad mental y que, obviamente, y pese a cuentos prohibicionistas para no dormir (ejem…) tienen tanto o mayor potencial de abuso, dependencia y/o adicción que las sustancias estigmatizadas.
Si lo que nos ocupa es la búsqueda de un sueño más relajado y/o con algunas dimensiones oníricas más potenciadas, podemos infusionar la escutelaria (Scutellaria galericulata), hacer una decocción de lechuga silvestre (Lactuca virosa) o conocer la ancestralmente utilizada en Oceanía raíz de kava (Piper methysticum), el interesante loto azul (Nymphaea caerulea), o la semilla africana de los sueños (Entada rheedii).
La dimensión psicodélica es otro cantar, pero ¿y si usáis el cannabis para echaros sólo “el porrito de dormir”? Además de ¡por favor! sin mezclarlos con tabaco y de vaporizar en lugar de fumar la hierbita y/o el hash sin THC y con alto porcentaje de CBD, o de usar este cannabinoide puro cristalizado (y en el caso de que no se consuma CBD en concreto por alguna patología, sino por relajarse y conciliar el sueño) está bien conocer la wild dagga (Leonotis leonorus) a la que llaman “la marihuana africana” (salvando las distancias…), lo que de paso permite esquivar algunos “efectos secundarios” negativos de la “original”. Nos referimos a circunstancias tan repetidas como que, por ejemplo, 15 horas después de consumir cannabis ordinario os hagan el control del “drogotest” y os claven 1.000 pavazos y 6 puntos de multa gracias a la delirante modificación de 2015 de la Ley sobre Tráfico, Circulación de Vehículos a Motor y Seguridad Vial que sufrimos.
Ojo, eso sí, con las plantas que se utilizan a veces con fines de control de estrés y/o antidepresivos pero que contienen IMAOs (Inhibidores de la MonoAmino Oxidasa), como la passiflora (un género con muchas especies) o la ancestralmente utilizada por estos lares hierba de San Juan o hipérico (Hipericum perforatum). Los IMAOs tienen muchísimas contraindicaciones e interacciones muy complicadas, no sólo con otros fármacos, sino incluso con muchos alimentos (esencialmente, con los que contienen tiramina). Más seguro resulta el kanna (Sceletium tortuosum) que contiene sustancias que actúan como ISRS (mesembrina, mesembrenona, etc.) , aunque estos fármacos en general son más delicados y lo conveniente es consultar a especialistas antes de tomarlos.
Como veis, hemos puesto solo algunos ejemplos (muy poquitos), y sin detenernos en lo más utilizado. Algunas de estas sustancias, globalización y herboristerías mediante, empiezan a ser más conocidas, aunque todavía no mucho y menos aún para much@s jóvenes, excepto para quienes siguen algunas páginas de internet especializadas.
Pero llegados a este punto, dos puntualizaciones. La primera es que, obviamente, nos estamos refiriendo sólo al uso de sustancias, y no por ello relegamos en importancia, todo lo contrario, todas las innumerables técnicas y/o elementos y condiciones a tener en cuenta para mejorar nuestro sueño, nuestro desempeño diario y, en general, nuestra salud.
La segunda es que en absoluto estamos llamando aquí a desconocer consejos médicos ni, por tanto, el conocimiento de quienes, entre otras cosas, están formad@s para evitar el empeoramiento de patologías graves por la ingestión de sustancias, los efectos secundarios indeseados o las interacciones entre fármacos que puedan resultar perjudiciales. Lo que sí sugerimos es que cuanto más sepamos mejor (de todo; también de drogas), máxime cuando se trata de gestionar nuestra salud de modo, digamos, preventivo, y con, como mínimo, una alimentación saludable, un ejercicio adecuado, una vida afectiva y sexual sana y también con un buen manejo de remedios sencillos.
Es obvio que esto es una cuestión de interés personal solo hasta cierto punto, y que esos conocimientos se nos deberían enseñar mejor desde pequeñit@s. No para caer, por supuesto, en los delirios de omnipotencia individual tan típicos del neoliberalismo; somos interdependientes y necesitamos ayuda siempre, pero sí para tener el mayor grado deseable de conocimiento (incluido el “auto”) y de autonomía. Porque tan necesario es contar con personal muy formado en salud como desprenderse de la idea de que de salud sólo puede, y debe, saber el personal médico. Si trazásemos la analogía, permitidnos que forcemos un poco el argumento, sólo podríamos hablar de política l@s historiador@s, l@s sociólog@s y l@s politólog@s, y el resto (pobres ignorantes…) a oír y a callar, y nada de exigir un mínimo de formación en estos temas (algo que, por cierto, no tenemos…).
Pero no queremos finalizar sin otro apunte, algo más que un matiz… Si nos hemos referido aquí en algunos casos a plantas exóticas es para dar cuenta de la inmensidad del universo de posibilidades que desconocemos. Nada más lejos de nuestra intención que alentar, no ya expolios como el que la moda “occidental” (“occinfecciosa”) de consumir ayahuasca está suponiendo para la Banisteriopsis Caapi en la Amazonía, sino siquiera un comercio internacional similar al del café, rubro producido a miles de kilómetros de los consumidor@s de países ricos, a menudo en detrimento de alimentos necesarios en ese lugar, y de modo habitualmente mediado por relaciones de desigualdad y explotación.
Sin embargo, dado el lugar del que proceden algunos de los, por ejemplo, estimulantes más utilizados, ya sean café, té o cocaína, la conjunción de su lejanía con lo que implica su cultivo en términos de contaminación, de su desplazamiento y/o de su síntesis ilegal (de nuevo otro”regalo” de la Prohibición, y ahí ya podemos incluir también las anfetaminas, el MDMA, etc.) el balance de usar más otras sustancias diferentes podría resultar positivo también en términos medioambientales e incluso laborales.
Ojalá se pudiera (tal vez sea así) cultivar en otras muchas latitudes las increíblemente nutritivas y llenas de propiedades hojas de coca, o producir aquí otras muchas plantas mencionadas, aunque en realidad lo realmente deseable, como en el caso de los alimentos, sería que la producción de drogas, además de obviamente legal y bien regulada, fuera de proximidad, ecológica y, por tanto, se llevase a cabo con especies bien adaptadas a cada ambiente. Como sería deseable asimismo manejar bien, no sólo nuestras conocidas tilas, lavandas, romeros, tomillos, valerianas, etc., etc., sino recuperar el conocimiento de muchas más.
El genocidio y el etnocidio en América Latina fue brutal, pero allí la pérdida de conocimiento de la naturaleza, Imperio e Iglesia mediante, fue menos lesiva que la que se produjo en Europa y en otros países mediterráneos y, con ello, en buena parte del mundo. No es este lugar para repasar cómo la recién convertida en religión imperial ordenó la quema de la Biblioteca de Alejandría a finales del siglo IV (hablamos de unos 120.000 volúmenes destruidos) con lo que se buscó eliminar, entre otras muchas cosas, unos saberes farmacológicos ancestrales que ya se consideraban heréticos por la versión dominante de tan amable monoteísmo.2 Tampoco es un espacio para repasar la criminalización de la mal llamada “brujería”, una represión política sobre quienes desafiaban las estructuras (patriarcales, religiosas; de poder, en definitiva) dominantes. Ni siquiera vamos a repasar los daños del último y bestial episodio: la contemporánea doctrina prohibicionista que todavía sufrimos y que nació en los albores del siglo XX. Una cruzada de raíces coloniales, fundamentalistas y xenófobas que estableció la “guerra contra (algunas) drogas” mientras fomentaba otras y que nos tiene sumid@s en una lamentable farmacoignorancia. Es lugar simplemente para reivindicar una vez más que tenemos el derecho y, más aún, la obligación, de saber, y de resistir contra cualquier poder inquisitorial, antiguo, medieval, moderno o contemporáneo, que quiera privarnos de eso. Por amor al conocimiento, por dignidad, por derecho, por salud y, sí, para drogarnos con responsabilidad personal y social como nos dicte la ciencia, la sensatez y la razón.
1 La cita pertenece al farmacólogo Louis Lewin, en la introducción a su obra Phantastica, de 1924. La expresión “Homo Sapiens Abstinensis” la conocemos a través del gran Eduardo Hidalgo, aunque no podemos asegurar que sea de su autoría.
3 Por cierto que tras vivir en las Américas, Francisco Hernández escribió en 17 volúmenes una Historia Natural de las Indias. Si el famoso Materia Médica, de Dioscórides, mencionaba unas 300 plantas, el de Hernández mencionaba más de 3000.
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